Antecedentes
La década de 1970 comenzó con el juicio de Charles Manson por los asesinatos relacionados con la elite hollywoodiense. El robo en el edificio Watergate manchó para siempre la oficina más poderosa del planeta y la impopular guerra del Vietnam terminó con la ignominiosa evacuación de Saigón de las fuerzas estadounidenses.
Como la era a la que pertenecían, el género criminal se caracterizaba por la desilusión, la desconfianza en la autoridad y la paranoia.
Grandes clásicos de la época
Tres de los clásicos de la época plasman las crisis moral de la nación a través de la lente de la historia. Francis Ford Coppola (1939) realizó El Padrino (1972) y El Padrino, parte II (1974) y, al mismo tiempo, también reinventó el género de películas de gánsters al otorgarles un sentido operístico. Ambas películas ubican a la mafia en un lugar inmutable en la base de la vida estadounidense, aportando nuevas definiciones al concepto más americano de todos: “la familia“.
Chinatown (1974), dirigida por Roman Polanski (1933), también investiga las bandas criminales de la sociedad estadounidense y su historia de asesinato e incesto era una manifiesto contra la corrupción endémica de Los Ángeles.
La falta de fe en la ley es el tema de gran parte del cine policíaco de la década. Harry el sucio (1971), del director Don Siegel (1912 – 1991), está protagonizada por Clint Eastwood, que interpreta a Harry Callahan, un detective rebelde en las calles de San Francisco que debe detener a un asesino en serie. Este filme no es una apología de vigilantismo (como denunciaron sus críticas liberales); su tema es la destrucción sinérgica entre policía y psicópata.
En Contra el imperio de la droga (1971), el director William Friedkin (1935) personifica la ley de Popeye Doyle, un policía sin encanto y rudo, un contraste evidente con el jefe de la droga, urbano y elegante, al que intenta atrapar. Basada en hechos reales, muestra como la policía y los criminales operan según una equivalencia moral.
En el filme El largo adiós (1973), de Robert Altman (1925 – 2006), el detective errante y nocturno de Raymond Chandler, Philip Marlowe, vuelve a plantearse de nuevo en la década de 1970. El Marlowe al que da vida Elliott Gould es un hombre de su tiempo: con el cigarrillo en la boca, recorre Hollywood, donde el método predilecto de las gánsters para sacar información es preparar un encuentro improvisado con un grupo nudista. El guionista Leigh Brackett ya había trabajado en una adaptación de Chandler anteriormente, El sueño eterno (1946), y su guión para Altman capta el culto al yo de la época de 1970.
El primer trabajo como director de Clint Eastwood (1930) fue Escalofrío en la noche (1971), una película que trata de las costumbres y pensamientos de la generación del “yo“, en la que su imagen cinematográfica se transforma de héroe de acción a DJ nocturno. El personaje es un locutor radiofónico especializado en jazz, que se queda estupefacto cuando se entera de que la admiradora con la que se acuesta es una asesina.
La evolución de la conciencia hacía la raza negra en la década de 1970 quedó relegada al fenómeno de la “blaxpoitation“, con películas que iban destinadas a espectadores de color. Las pautas del género se encuentran en Shaft (1971), dirigida por el director afroamericano Gordon Parks (1912 – 2006), con una carismático detective, y Super Fly (1972), más ambigua todavía, dirigida por el hijo de Parks, Gordon Parks Jr. (1934 – 1979), donde el héroe es un traficante de drogas.. Ambas películas tienen bandas sonoras que son más populares que los propios filmes; la de Shaft es de Hayes y la de Super Fly de Curtis Mayfield.
Edad de oro del género
En una década que empezó con el juicio de Charles Manson y que vio el suicidio colectivo de la secta de Jim Jones, parecía posible pensar que el diablo andaba suelto. Ese ambiente se plasmó en la oscura road movie Carrera con el diablo (1975), dirigida por Jack Starrett (1936 – 1989). En un perfecto ejemplo de paranoia pos-Manson, dos parejas que veranean son testigos de un sacrificio humano y son perseguidas por los adoradores del culto al diablo.
Aunque tanto la década de 1960 como la de 1980 produjeron algunas películas criminales excelentes, la profusión de trabajos originales que capturaban el zeitgeist de su tiempo hace de esta época una edad de oro para el género. A pesar de la tendencia de los últimos años de hacer nuevas versiones de clásicos (Shaft en 2000, Asalto al distrito 13 en 2005, Asalto al tren Pelham en 2009), en algunas ocasiones se ha partido de las películas criminales de la década de 1970 para crear thrillers superiores a los originales, como Jackie Brown (1997), de Quentin Tarantino (1963); Zodiac (2007), dirigida por David Fincher (1962), y The Town, ciudad de ladrones (2010), de Ben Affleck (1972).
Estos trabajos demuestran que la actitud y la moralidad de las películas de crimen de la década de 1970 actualmente siguen siendo relevantes.