Antecedentes
Al principio del cine, algunos pioneros descubrieron que el cine era un muy buen medio para presentar lo terrorífico, lo fantástico y lo sobrenatural.
El realizador francés Georges Méliès (1861 – 1938) fue el pionero en explorar este género y experimento con la cámara lenta, la cámara acelerada, la doble exposición, el stop-motion, los fundidos y otros efectos que una cámara móvil podría tener sobre los espectadores perplejos o aterrorizados.
En 1896, Méliès atraía al público con su película “Le manoir du diable” (la mansión del Diablo), una de las primeras obras fantásticas.
Durante la segunda década del siglo XX, entraron en escena la mayoría de las figuras fantásticas clásicas: “Frankenstein” en 1910, una versión de 16 minutos dirigida por el cineasta J. Searle Dawley (1877 – 1949) y producida por Thomas Edison; “The Werewolf” (El hombre lobo) en 1913, dirigida por Henry McRae (1877 – 1949); y “Dr. Jekyll and Mr. Hyde” en 1914, dirigida por Max Mack (1884 – 1973).
Los vampiros, en cambio, tuvieron que esperar hasta la década siguiente, con “Nosferatu, eine Symphonie des Grauens”, dirigida por F. W. Murnau (1888 – 1931). “Der Golem” (El Golem), 1915, dirigida por Henrik Galeen (1881 – 1949), que ofreció una alternativa a la historia de “Frankenstein”, basada en la leyenda de un gigante de escayola que vuelve a la vida en 1580 para salvar a los judíos de Praga de una masacre.

Otro tema que se llevó al cine en los primeros años fue la brujería. El director danés Benjamin Christensen (1879 – 1959), antes de desaparecer de Hollywood, dejó su obra maestra “Häxan: Witchcraft throught the ages” (La brujería a través de los tiempos, 1922).
Con una mezcla surrealista de escenas de documental y otras altamente dramatizadas, a menudo influenciadas por El Bosco o Francisco de Goya, ofrece una sátira burlona de la intolerancia religiosa, sin olvidarse de un humor satírico, como, por ejemplo, con la aparición del mismo director semidesnudo como Satán. La mayoría de las películas de Hollywood de Christensen se perdieron.
Hombres locos, especialmente científicos, en muchas ocasiones ocupaban su lugar en las películas fantásticas, y todavía siguen haciéndolo. Abel Gance (1889 – 1981) creó “La folie du docteur Tube” (1915), sobre un científico que descubre cómo cambiar la apariencia de la gente y de los objetos, lo que dio pie al uso de lente de distorsión.
También los cuentos fantásticos de Edgar Allan Poe fueron un recurso popular para la adaptación; una de las primeras películas fue “Le système du docteur Goudron et du professeur Plume” (1913), dirigida por Maurice Tourneur (1873 – 1961), en la que a un visitante a un manicomio le cuesta distinguir entre los guardias y los pacientes.
La mayoría de los primeros guiones de Fritz Lang (1890 – 1976), tales como “Die Pest in Florenz” (1910), del director Otto Rippert, basado en The Masque of the Red Death, de Poe, demostraron cierta obsesión con la muerte. Lang se había alistado en el ejército austríaco y había sufrido varias heridas. En palabras del mismísimo Fritz “Durante cuatro años vi la vida reducida a lo más crudo: hambre, desesperación y muerte”.
En “Hilde Warren und der Tod” (1917), dirigida por Joe May, 1880 – 1954, Lang interpretó el papel de la muerte, aunque su actuación no fue demasiado buena. Su carrera como director estaba empezando, y fue contratado para dirigir “Das Cabinet des Dr Caligari” (El gabinete del Dr. Caligari, 1920). Sin embargo, al final, se encargó de la dirección Robert Wiene (1873 – 1938), pero sólo después de que Lang sugiriera el gira final de la película. “Das Cabinet des Dr Caligari” fue el arranque del cine fantástico, especialmente en la Alemania de la posguerra.
Los raros decorados y expresionistas estaban alejados del realismo; además, la narración fragmentada, la sobreactuación de los actores y la incertidumbre paranoica expresaba el sentimiento de una nación vencida, traumatizada, e insegura de su identidad, que veía enemigos por todos lados, tanto dentro como fuera. Las sombras de la película, y de sus sucesoras, durante el período mudo, parecían adelantar, como Siegfried Kracauer y otros críticos habían advertido, las sombras que se harían más presentes en la psique colectiva alemana de los años que estaban por venir.

Durante el período más creativo, no es sorprendente que la Muerte, tanto en forma de calavera con guadaña como bajo la forma de sus avatares demoníacos y voraces dominaran el cine alemán. En “Der müde Tod” (Las tres luces, 1921), la Muerte ofrece a la joven, cuyo marido se ha llevado, tres oportunidades de rescatarlo.
Pero las historias que le muestra, ambientadas en el Bagdad del califato, la Venecia del Renacimiento y una China de cuento de hadas, sólo muestran la imposibilidad de rescatar una vida condenada, y la novia acepta la muerte para poder reunirse con su amado.
Jack el Destripador también apareció en “Die Büchse der Pandora” (La caja de Pandora), dirigida por G. W. Pabst (1885 – 1967), una de las dos películas con la brillante Louise Brooks.
Antes, sin embargo, Pabst había dirigido “Geheimnisse einer Seele” (Bajo la máscara del placer, 1926), uno de los primeros intentos de proyectar el psicoanálisis en la gran pantalla. Un profesor de química (Krauss), atormentado por sueños sobre asesinatos, consulta a un analista. La representación del caso, de forma casi digna de un documental, contrasta con la plasmación de los sueños, llenos de simbolismo sexual, con exposiciones múltiples y decorados expresionistas.
Arthur Robison (1883 – 1935) intentó algo similar en “Schatten” (Sombras, 1923), con un marido patológicamente celoso que se somete a la hipnosis. La película tenía más atmósfera que trama.
Henrik Galeen, que dirigió el primer filme sobre el personaje del Golem, volvió a Praga para rodar “Der Student von Prag” (El estudiante de Praga, 1926), una adaptación de William Wilson, de Edgar Allan Poe, en el que Conrad Veidt interpreta a un estudiante pobre que vende su reflejo, para descubrir más tarde que este hace cosas horribles en su nombre.
En un gran número de películas mudas fantásticas alemanas se tiene la impresión de que las fuerzas oscuras toman el mando de las cosas de una pérdida de control y de que se aproxima un precipicio cada vez más amenazador; así, parece inevitable relacionarlo con la pesadilla en la que caería el propio país poco tiempo después. Sin embargo, el cine alemán no estuvo monopolizado por el género fantástico.
Hollywood produjo una serie de películas, empezando con Lon Chaney, que fue uno de los intérpretes más destacados de la época.
En una de sus representaciones más memorables, Chaney representó el papel del deformado fantasma en “The Phantom of the Opera” (El fantasma de la opera, 1925), dirigida por Rupert Julian (1879 – 1943). Chaney fue aclamado por la crítica, y no sólo por sus dotes de actor, sino también por el arte de su innovador maquillaje.

Aunque estas fantasías hollywoodienses ponían en escena elementos mórbidos, eran esencialmente cuentos grotescos en decorados realistas y carecían de la sensación atormentada y desestabilizadora de un mundo extraño del cine alemán de esa época.
Una excepción fue la película “The Man Who Laughs” (El hombre que ríe, 1928), dirigida por Paul Leni, con Conrad Veidt en el papel principal, una obra que remite al teatro de Grand Guignol (Gran Guiñol) adaptada de la novela homónima de Victor Hugo. Veidt interpreta a Gwynplaine, el hijo de una noble inglés desgraciado que ha ofendido al rey Jacobo II. Bajo las órdenes del rey, Gwynplaine se muestra desfigurado con un rictus permanente.
Su sonrisa espeluznante influenció más tarde a los creadores del personaje de Joker, de los cómics de Batman y las adaptaciones cinematográficas como “The Dark Knight” (El caballero oscuro), con Heath Ledger (2008).