Antecedentes
Lejos de ser sólo una sucesión de sustos, las películas de terror de la década de 1960 muchas veces usaban este género para analizar otros temas más amplios. El pueblo de los malditos (1960) imagina un mundo en la mente de los niños; Arde, bruja, arde (1962) mezcla brujería con creencias y supersticiones; y La hora de lobo (1968), Ingmar Bergman (1918 – 2007) considera el papel del arte y del artista en una película que gira en torno a una relación con elementos del terror. Incluso uno de los reyes de la serie B, Roger Corman (1926), aprovechó la decadencia y la teatralidad de La máscara de la muerte roja (1964) para debatir la naturaleza de la fe religiosa.

Quizás las discusiones más interesantes se centraron en las películas que comentaban la sociedad contemporánea. Hay temas antiburgueses evidentes en las celebraciones grotescas de las personas en el ciclo de Poe realizado por Corman, así como en el filme de Roger Vadim (1928 – 2000) Historias extraordinárias (1968), del mismo modo que en el aquelarre socarrón del Upper West Side de Manhattan en La semilla del diablo, 1968.

En la década de 1960, esto se podría interpretar como una condena de la codicia, en el espíritu de libertad, igualdad y libertades civiles de la posguerra.
La película Cuando las brujas arden (1968) es un recordatorio de las atrocidades históricas y también de la brutal metáfora empleada por la caza de brujas que llevó a cabo el senador McCarthy en la década de 1950. Empezó a florecer el terror de bajo presupuesto, y películas como La noche de los muertos vivientes (1968) de George A. Romero (1940 – 2017), representaron una nueva tendencia que cuestionaba si el mundo es bueno y moralmente justo. Con primeros planos intensos, angulados planos desplazados del eje y personajes bien desarrollados, supuso la aparición de un director inconformista y temerario, así como un público concienciado a ciertas realidades. Los zombis (reanimados por radiación) se pueden ver como una referencia al racismo y a la guerra y, en comparación con muchas películas de terror, la amenaza existe a nivel nacional, y quizás incluso también mundial.
Además de la maldad sobrenatural de The Haunting: la mansión encantada (1963) o los alienígenas invasores de La semilla del espacio (1963), el terror también tenía rostros humanos, como en El fotógrafo del pánico (1960) y Psicosis (1960). Después de Psicosis, Alfred Hitchock (1899 – 1980) rodó Los pájaros (1963) y ofreció otra visión a lo que el espectador esperaba de la heroína. La mujer clásica en una película de terror es justa, virginal, viste de blanco y actúa con virtud: la buena Mina sobrevive a Drácula, pero vemos las consecuencias de las relaciones sexuales de Mia Farrow en La semilla del diablo. A diferencia de la mayoría de protagonistas femeninas, Melanie, interpretada por Tippi Hedren en Los pájaros, no es una doncella miedosa, sino una mujer fuerte que persigue a un hombre hasta la puerta de su casa. Gracias a ello, las protagonistas eran algo más que simplemente mujeres aterrorizadas.
El terror era popular también en Europa y Asia. El terror sobrenatural de Onibaba (1964) y Kwaidan (1964) implicó una invasión de terror japonés treinta años antes de The Ring: el círculo (1998). Las películas giallo ofrecieron nuevas perspectivas a directores europeos, incluido Dario Argento (1940). Los filmes de terror franceses tuvieron poco impacto, a pesar de la escalofriante Ojos sin rostro (1960), de Georges Franju (1912 – 1987), pero se puede establecer un parentesco con las películas influenciadas por el terror estilizado de ¿Qué fue de Baby Jane? (1962) y la producción de la Hammer. Con un trío central formado por Terence Fisher (1904 – 1980) y las estrellas Christopher Lee y Peter Cushing. La Hammer se convirtió en el estudio principal del Reino Unido, y rodó películas tan variadas como Drácula, príncipe de las tinieblas (1966) y El cerebro de Franskenstein (1969), para llegar a lo más alto en 1968 con la Novia del diablo, cuyo guion es fruto de Richard Mathenson.

Sobre todo en cinematografías occidentales, la década de 1960 representó un momento en el que las películas de terror se respetaban como forma de arte. Sin embargo, también fue la década en que el género empezó a perder su enfoque. Los estudios se dieron cuenta de que podían proyectar numerosas continuaciones e imitaciones que resultaban económicas. Las películas de terror se convirtieron en algo barato y los autocines hicieron rentable su comercialización.