Antecedentes
¿Puede una sociedad oprimida producir arte de calidad? Esa cuestión sigue eclipsando nuestra capacidad para evaluar sin pasión los filmes que provenían de la Alemania nazi y la Unión Soviética.
Para muchos puede ser ofensivo considerar que películas como Olimpíada, 1938 y El triunfo de la voluntad, 1935 son un entretenimiento. No obstante, la creencia común, como afirma el historiador Jeffrey Richards, en que “la notable excepción a gran escala de falta de talento en el cine nazi es Leni Riefenstahl“, es seguramente errónea, si se considera, por ejemplo, la exquisita Rembrandt (1942) dirigida por un miembro del partido nazi, Hans Steinhoff (1882 – 1945).

Adolf Hitler y Jósef Stalin fueron insaciables cinéfilos. Vieron en el medio un conducto para la propaganda y tuvieron poca paciencia, por lo que no les importó la sutileza y mostraron incluso cierta dejadez. La prioridad para consolidar una producción en color por parte de Joseph Goebbels y Stalin demostraba que su gusto por la grandeza iba más allá de las necesidades de la propaganda y más bien transmitía su deseo de demostrar que podían competir con Hollywood.
El día a día de la producción en Alemania durante la década de 1930 se delegó al leal Goebbels, cuya pasión por el cine sobrepasaba incluso a la del Führer. Le debemos agradecer que la propaganda nazi en las pantallas alemanas fuera confinada en gran medida a los noticiarios. Después de autorizarse oficialmente la campaña de acoso a los judíos tras la noche de los cristales rotos en 1938, Goebbels se decantó sin complejos por una producción de filmes antisemitas, que culminó en 1940 con Jud Süss (el judío Süss) y el vil “documental” Der ewige Jude (El judío eterno). No obstante, Goebbels se involucró tanto en la calidad artística del cine alemán como en su función de propaganda.
Para la industria, una de la acciones más alarmantes fue la prohibición de dos comedias menores en 1934, porque simplemente no eran lo bastante buenas si antes no pasaban por las manos del censor.
La figura pionera del cine soviético, Sergei Eisenstein (1898 – 1948), fue primordial en el uso del montaje. Después de su aclamada El acorazado Potemkin, 1925, el cineasta soviético dirigió Octubre, 1927, una dramatización de la revolución de 1917 para celebrar su décimo aniversario. Eisenstein se encontró continuamente obstaculizado por el funcionamiento del estado y criticado por sus innovadoras técnicas, que se consideraron, de manera ilógica, erróneas. Alexander Nevski, 1938, fue el primer filme que concluyó en casi diez años.
La perspectiva convencional, como manifestó el escritor Ephraim Katz, fue que “los años de la posguerra representaron el punto más bajo de la historia del cine soviético“. Sin embargo, aquellos filmes no fueron en aquella época menospreciados en el extranjero de la misma forma en que los son ahora. Roger Manvell escribió en 1950: “El estilo en el que se han hecho estas películas es tan cerradamente realista como el de un documental, mientras la caracterización continuamente enfatizaba el elemento humano. Sólo se espera que […] estas películas glorifiquen el punto de vista social y político soviético, pero sin humor o humanidad“.
El éxito de Chapayev, 1935, dirigida por los hermanos Georgi (1899 – 1946) y Sergie (1900 – 1959) Vasilyev, descrito por el historiador de cine Georges Sadoul como “entre la diez obras maestras del cine soviético”, ha situado en un movimiento de largo recorrido a las historias de guerra construidas alrededor de la inspiración proporcionada por un único gran líder.
Por aquel entonces, el novelista Graham Greene realizó un crítica de Lenin v oktyabre, 1937, dirigida por Mijail Romm (1901 – 1971), con la que había llegado a la conclusión de que “se trataba sólo de héroes y de adoradores de héroes“. La URSS producía filmes fascistas. Incluso reconoció que “El melodrama se trató con correcto y anticuado realismo“, y dijo de Lenin v oktyabre: “Uno de los mejores entretenimientos que hemos visto en el cine desde hacía mucho tiempo“.

Como una aura heroica de “nuestros bravos aliados rusos“, había ocultado la brutal realidad de un régimen que conducía a cineastas como Eisenstein y Alexander Dovshenko (1894 – 1956), director de Tierra, 1930, hacía su muerte creativa y que se había convertido en un foco de atención, de manera que la reputación de los filmes producidos en la Rusia de Stalin cayó en picado.
El director artístico Leon Barsacq comentaba incluso que los granjeros estalinistas en Nezabyvaemyy god 1919 (1952) y Caída de Berlín, 1949, ahora parecían pertenecer a la categoría de grotesca iconografía pop que evoca una gráfica historieta cómica que hace que un filme como Caída de Berlín tenga esa hipnótica visión. O al menos esto ocurría después de que concluyera esta pesadilla kafkiana; finalmente, las películas pudieron apreciarse sin necesidad de preocuparse por quién estaba al lado.