Antecedentes
Durante las dificultades económicas de la gran depresión, las películas proporcionaban una forma de evadirse accesible a muchos, un lugar donde el público estadounidense podía ver las vidas de los demás.
Por el módico precio de una entrada, el espectador entraba en un mundo sofisticado y de glamour, un ejemplo claro se daba en películas como «Gran Hotel, 1932» y «Un ladrón en la alcoba, 1932» también se podía conocer las vidas de grandes hombres, como Louis Pasteur y Émile Zola a través de películas biográficas. Con «Ciudadano Kane, 1941«, el público podía viajar por la vida de una celebridad de sus tiempos, el magnate de los periódicos, William Randolph Hearst.
En ocasiones, los estudios empleaban su poder influenciador para educar al público sobre alguno de los rasgos más oscuros de la sociedad estadounidense.
En 1931, Warner Brothers compró un documento autobiográfico de Robert Elliott Burns, que fue publicado primero en la revista True Detective y después como libro, I am a Fugitive from Georgia Chain Gang.
A pesar de las dudas sobre el material, y que un director lo desestimó por considerarlo inapropiado para unos tiempos en que «el público está deprimido hasta tal punto de que muchos se están tirando por la ventana«, el estudio perseveró y Burns, aunque en teoría todavía era fugitivo, fue contratado de manera secreta para trabajar sobre un primer borrador de guion.
El éxito de «Soy un Fugitivo, 1932«, dirigida por Mervyn LeRoy (1900 – 1987), y con Paul Muni en el papel del fugitivo James Allen, mostró la brutalidad del sistema penitenciario del sur de Estados Unidos.

Fritz Lang (1890 – 1976) dirigió una fuerte crítica de otro secreto vergonzoso de los Estados Unidos. «Furia, 1936» se inspiró en los hechos reales de un doble linchamiento en San Jose años antes.
Spencer Tracy daba vida a Joe Wilson, un hombre acusado erróneamente del secuestro de un niño. Cuando un grupo de exaltados quema la cárcel, se escapa, pero finge estar muerto para que los culpables tengan que enfrentarse a un cargo de asesinato.
En realidad, los que sufrieron los linchamientos eran en mayor parte negros, un hecho que ningún estudio quiso publicitar entonces. El poder único de «Furia» se manifiesta en la manera en que el público es convidado a sentir una empatía incómoda con los linchadores, que se convierten también en víctimas.
Frank Capra (1897 – 1991) ofreció una visión más brillante del hombre corriente. El historiador Robert Sklar culpa del éxito de Capra a «su capacidad para convencer al público, que estaba viendo en la pantalla sus propias fuerzas y fobias, sus propios sueños y valores«.

Los héroes clásicos de Capra, como Longfellow Deeds, que intenta deshacerse de 20 millones de dólares que ha heredado en «La alegría de vivir, 1936) son personas inocentes, y son, en cambio, los adinerados, apoderados y cínicos los que se aprovechan de su buena voluntad. Los héroes de Capra pueden ser engañados por políticos corruptos y del capitalismo, pero no son forasteros, sino héroes ajenos.
Plasmar la vida de los desposeídos fue más problemático. Cuando Darryl Zanuck compró los derechos de la novela «Las uvas de la ira, 1939«, de John Steinbeck, muy pocos podían reconocer el destino de los refugiados de Dust Bowl.
La versión cinematográfica, muy sensible, realizada por John Ford (1894 – 1973) llegó al consciente colectivo de los espectadores de la década de 1940.