Antecedentes
A menudo, los inicios de la década de 1930 se conocen como “los años de la turbulencia“, un período en el que se practicaba la censura. Mae West vivía su mejor momento, se hacían musicales expresionistas y los gángsters con ametralladoras inundaban las pantallas.
Las películas de aquel momento traen ciertas imágenes icónicas: James Cagney aplastando el pomelo en la cara de Mae Clarke en “The Public Enemy (1931)“, Paul Muni soldando su ametralladora en “Scarface (Scarface, el terror del hampa, 1932)” y Edward G. Robinson en el papel del jefe criminal en “Little Caesar (Hampa dorada, 1931)“. Estas tres películas constituyen lo que los críticos llamaron “el paradigma” de la clásica película de gángsters.

Aunque la década de 1930 fue una época muy fértil para los filmes de gángsters, lo que se consideró como la primera expresión del género se adelantó casi veinte años. “The Musketeers of Pig Alley (1912)“, de D. W. Griffith (1875 – 1948), era una película muda de 16 minutos que se basaba en el asesinato real del jugador Herman Rosenthal.
Un ejemplo importante en la década de 1920 fue “Underworld (La ley del hampa, 1927)“, dirigida por Josef von Sternberg (1894 – 1969) y escrita por el ex periodista Ben Hecht. “Tuve una idea. Lo que había que hacer era dejar las heroínas y héroes para escribir una película poblada únicamente por villanos e indecentes -explicó Hecht en un fragmento revelador de su autobiografía-. Como periodista, había aprendido que el público adoraba a los criminales, y disfrutaba con la lectura sobre los problemas amorosos y su sadismo.“
La ley seca
Las películas de gángsters de la década de 1930 recibieron un impulso inesperado: el congreso estadounidense, una década antes, en otoño de 1919, aprobó el Volstead Act, que prohibía la venta de alcohol. La prohibición fomentó el incremento de las bandas criminales, que aprovecharon el momento para facilitar a los estadounidenses un acceso ilícito al alcohol.
Esta época fue la de los mafiosos, contrabandistas y tabernas clandestinas. También fue un mundo de posibilidades para Hollywood. Algunos estudios se especializaron en películas de gángsters. El principal, Warner Bros., se vanagloriaba de filmar películas “sacadas de los titulares“. “Little Caesar“, dirigida por Mervyn LeRoy (1900 – 1987) y protagonizada por Edward G. Robinson en el papel del matón psicópata; “The Public Enemy“, de William Wellman (1896 – 1975), con Cagney interpretando a un gángster espabilado (ambas de Warner Bros.) y “Scarface”, de la United Artists y dirigida por Howard Hawks (1896 -1977) aparecieron en un rápida sucesión y fueron el punto de partida de muchas imitaciones.

La Hays Office
“Scarface“, cuyo guión pertenece a Hecht, se basa en la historia de Al Capone (interpretado con mucho estilo por Paul Muni). “Me gustaría hacer de la familia de Capone los Borgias, establecidos en Chicago“, le dijo Hawks a Hecht. A diferencia de otras películas de gángsters, “Scarface” fue rechazada por los censores. La Hays Office (oficina Hays), el organismo de censura estadounidense, le dijo a Hawks: “Para el público americano y el concienzudo State Boards of Censorships, los gángsters y los matones son repugnantes. El mundo de los gángsters no debe mencionarse en el cine“. Sin embargo, Hawks rodó la película, pero él y su productor, Howard Hughes, tuvieron que emprender una titánica lucha para asegurar su estreno.
Las concesiones iniciales proporcionadas a Hawks y Hughes para poder estrenar “Scarface” crearon un importante precedente para futuros productores de películas de gángsters. Los censores querían que el filme se titulara Shame of the Nation (La vergüenza de una nación) y que el héroe se mostrara al final como un cobarde cuando va a ser ahorcado. Aunque se rodó un final alternativo, Hughes mostró la versión original a los críticos y la estreno en Nueva Orleans, donde la autoridad de la oficina de censura no era válida. Al final, la película se vio en su forma original en muchos estados. Los censores no podían acusar a Hollywood de inventarse sus historias de gángsters en una era en la que muchas veces aparecían en los titulares de los diarios.
La frontera entre los verdaderos criminales y sus equivalentes cinematográficos a veces parecía difuminarse. John Dillinger, uno de los criminales más conocidos de la época, fue asesinado en 1934 mientras salía de un cine de Chicago, donde había estado viendo “Manhattan Melodrama (El enemigo público nº1, 1934)“, una película de gángsters protagonizada por Clark Gable.
Hay una tensión definidora en las películas de gángsters que es evidente desde sus primeros títulos, especialmente en la década de 1930. Por un lado, los gángsters son personajes glamurosos y carismáticos con los que el público se puede identificar. Sin embargo, siempre aparecen como malvados y asesinos que dejan una estela de destrucción física y emocional tras de sí. Por ese motivo deben ser castigados y por esa misma razón el gángster que interpreta Cagney en “Angles with Dirty Faces (Ángeles con caras sucias, 1938)” avanza con cobardía hacia la silla eléctrica, o al menos eso parece. La película termina con un matiz ambiguo: el espectador no ve nunca si el miedo de Cagney es un espectáculo para complacer a su amigo de la infancia Jerry Connolly (Pat O’Brien), ahora sacerdote, que le ha suplicado que muriera de esa forma para mantener al margen de la delincuencia a los chavales a los que está intentando educar, para que no lo idolatren, o si realmente siente miedo.

Los gángsters conllevaban una fascinación especial para cualquiera que quisiera criticar el status quo. Esto su pudo constatar en el ensayo del importante crítico Robert Warshow, The Gangster as Tragic Hero (1948), escrito justo después de la edad de oro de las películas de gángsters de la década de 1930 y 1940. Argumentó que los filmes del género eran una “expresión de la parte de la psique americana que […] rechaza el americanismo“.
Quizás Estados Unidos como organización social y política parecía tener una “visión alegre de la vida“, pero Warshow creía que esta visión estaba minada en las películas de gángsters. Escribió sobre los gángsters de Hollywood como si se tratase de personajes de Shakespeare, héroes con defectos mortales: “El gángster es un hombre de la ciudad, con el lenguaje y la experiencia de la calle, con sus extrañas habilidades desleales y su gran coraje, llevando la vida en sus manos de una manera rudimentaria“, sugirió Warshow.
En 1930, el género creó un nuevo tipo de protagonista hollywoodiense, el héroe duro, urbano, de clase obrera, muchas veces inmigrante, y en el que se ponía también en evidencia la obsesión de Estados Unidos por la violencia. Las armas fueron importantes en las películas, desde “The Great Train Robbery (El gran robo al tren, 1903)“, de Edwin S. Porter (1870 – 1941), pero el boom de principios de la década de 1930 ocurrió justo cuando Hollywood estaba inmersa en la consolidación del cine sonoro, y los nuevos medios hicieron justicia al ruido de los disparos creados por “G Men” y otras películas. Los gángsters, especialmente los interpretados por Cagney, usaban el diálogo de la misma manera temeraria y agresiva que sus armas. Las mejores películas de gángsters también ofrecían la misma energía demoníaca y caracterización vívida que las encontradas en la escritura vernácula de las novelas de Damon Runyon y Ring Lardner de esa época.

Preocupados por el auge de criminales famosos con John Dillinger, los censores de la Hays Office emitieron una moratoria sobre las películas de gángsters en 1935. La respuesta de Hollywood fue situar al gángster, o al menos al actor que lo interpretaba con más frecuencia, del lado de la ley. “G Men“ (Contra el imperio el crimen) hizo de Cagney uno de los actores prototipos del género, un hombre del gobierno, concretamente un abogado que trabajaba con el FBI. Aunque las películas del género casi siempre terminaban con la caída de los gángsters, los conservadores se oponían a mostrar la libertad y el lujo de una vida dedicada al crimen. Películas como “G Men” y Bullets or Ballots (1936) hacían incapíe en la imagen de las gángsters en las películas de la década de 1930.
La influencia de este género alcanzó Europa, donde acechaba la sombra de la guerra. Aunque “Pépé Le Moko (1937)”, donde Jean Gabin interpretaba el papel de un infame gángster parisino que se esconce de una kasbah argelina fue concebida a partir de sus homólogos estadounidenses, en realidad es más una precursora del cine negro que propiamente del género de los gángsters. En Hollywood, la popularidad del género no empezó a decaer hasta la década de 1940, cuando el interés del público y de los creadores empezó a orientarse más hacia el estilo reflexivo del cine negro.
En este sentido, es representativa la progresión de Humphrey Bogart. En “The Petrified Forrest (El bosque petrificado, 1936)” interpretó al duque Mantee, un “asesino de fama mundial“. En “Dead End (1937)“, “Angels with Dirty Faces” y “The Roaring Twenties (1939)“, aún trabajaba del lado de los malos. Sin embargo, su personaje cambió progresivamente. Empezó a interpretar a detectives en vez de a criminales. A medida que fue cambiando su registro, también lo fue haciendo de género. “Scarface” y “Little Caesar” cedieron su lugar a películas en las que los detectives, y no los criminales, eran los héroes.

En el documental “A Personal Journey with Martin Scorsese through American Movies (1995)“, el director argumenta que “The Roaring Twenties” fue la última “gran película de gángsters antes del advenimiento del cine negro” y que el género cambió “a medida que el gángster se fue transformando en hombre de negocios“. Sin embargo, los gángsters en las películas de hollywoodienses de las décadas de 1920 y 1930 también eran, de alguna manera, hombres de negocios. La prohibición proporcionó a los gángsters un oportunidad de mercado que explotaron a punta de pistola. La depresión creó un entorno económico oscuro en el que el modo de vida de los gángsters llamaba la atención. En la década de 1950, ya no había prohibición y Estados Unidos vivía una época de abundancia. Los gángsters se convirtieron en los bajos fondos oscuros de la sociedad. El nivel de violencia sádica empezó a aumentar. En “The Big Heat (Los sobornados, 1953)“, Lee Marvin tira una cafetera ardiendo a la cara de Gloria Grahame. En 1973, en “The Long Goodbye (El largo adios)“, Mark Rydell rompe una botella en la cabeza de su novia.