Antecedentes
Las representaciones de las heroínas virginales, tanto con sentimiento, de Lillian Gish, como de manera juguetona, de Mary Pickford, durante la era del cine mudo fueron contrarrestadas por dos representaciones de mujeres sexuales.
Una eran las vamps, diminutivo que definía a las vampiresas voraces que destruían a los hombres de clase media-alta, y cuya representación emblemática fue la de Theda Bara en la película A Fool There Was (1915). Las otras eran las llamadas flappers que, en la década de 1920, sustituyeron a las vamps con su retrato de mujer hedonista, pero no maligna, representata por Colleen Moore y Clara Bow, la chica It, la chica del momento.
Las vírgenes y las vampiresas forman parte del legado del melodrama victoriano, unas creaciones de fantasía arraigadas en una noción idealizada y demoníaca de la feminidad. A su llegada, después de la Primera Guerra Mundial, las flappers eran una de las representaciones de la nueva mujer, una fémina que trabajaba, votaba, fumaba, bebía, bailaba con la música jazz y tenía relaciones sexuales.
Otra representación posible de esas nuevas mujeres son las esposas sofisticadas, que Gloria Swanson interpretó de la manera más atrevida en seis de las comedias de Cecil B. DeMille, empezando con ¡A los hombres!, 1919. La chica trabajadora y sexy y la esposa liberada dieron lugar a la mujer moderna de la screwball comedy (comedias estrafalarias) de la década de 1930.
Del mismo modo que la femme fatale del cine negro de la década de 1940 era el producto de la ansiedad machista en un momento convulso, la vampiresa era una construcción sociológica. Sin embargo, como sucedió con la femme fatale, no llegaría a ser redimida por académicos feministas. Emergió como un fantasma cinematográfico, gracias a la pintura The Vampire, de sir Philip Burne-Jones, al poema homónimo de su primo Rudyard Kippling y a la novela de Bram Stocker Drácula, todas ellas de 1897.
Con independencia de que Bara entendiera o no las implicaciones sociales del papel que interpretó, el éxito de esta película permitió a la Fox financiar su propio estudio, e hizo de ella una estrella. Explotó sus rasgos vampíricos con papeles de mujer tentadora y exótica, por ejemplo, en Cleopatra (1917). Sin embargo, Bara no fue la primera vampiresa del cine estadounidense. Alice Hollister le había precedido en The Vampire (1913), en la que los bailarines Alice Eis y Bert French llevaron a cabo el célebre baile de los vampiros en 1909.
Como mujer de otro mundo que absorbe la fuerza vital a un abogado, Bara fue la mujer fatal más erótica, a pesar de sobriedad, hasta 1926, fecha en la que Greta Garbo protagonizo La Tierra de todos y El Demonio y la carne. Betty Blyth, Helen Gardner y Myrna Loy interpretaron variaciones de la vampiresa. Importada desde Alemania en 1922, Pola Negri trajo una presencia potente y oscura a sus películas en Paramount, pero era más impactante que femme fatale.

En 1920, F. Scott Fitzgerald plasmó de manera simbolica la loca década de 1920 en su novela A este lado del paraíso, y Olive Thomas, que había creado la femme fatale en Upstairs and down (1919), interpretó a una colegiala que imitaba a una jazz baby en The Flapper. Para Fitzgerald, Colleen Moore fue la flapper por su interpretación en Flaming Youth (1923). Moore se convirtió en un fenómeno comercial, pero era entrañable más que seductora. No se podía decir lo mismo de Bow en películas como It (1927), en la que destacó como un dependienta decidida al tender una trampa al dueño. La escritora Elinor Glyn definió el significado de ello, un eufemismo para denominar la autoconfianza y el descaro sexual de los cuales Clara Bow no carecía. La actitud de la chica era un torbellino de guiños, sonrisas y movimientos, pero sin entrar nunca en lo vulgar o convertir el deseo en algo amenazante.
En otro plano encontramos a la estupenda y sibarita Louise Brooks. Tras interpretar a flappers en A social Celebrity (1926), Love’Em and Leave’Em (1926) y Rolled Stockings (1927), la llamaron desde Berlín para protagonizar La caja de Pandora (1929), de G. W. Pabst (1885 – 1967). Con una promiscuidad destructora, la Lulu que Brooks pone en escena es una mujer que destroza a los hombres sin querer porque no lo puede evitar. Su interpretación llevó a la flapper al rango de diosa del amor.